LA
HUÍDA
De
noche. Una carretera oscura por delante. Un túnel oscuro por
atravesar en el que no se veía nada, en el que las luces de los
faros apenas sí servían para apartar las densas tinieblas.
Aquella
era la vida de la que pretendía huir.
La
noche no reflejaba nada. Sólo un inmenso manto de negrura que lo
cubría todo, como a ella misma, como a su propia vida.
Miró
por el retrovisor al asiento de atrás. Los dos jóvenes dormían. La
chica tenía la cabeza apoyada en el hombro de su hermano; el
muchacho, con los cascos puestos y alguna música estridente
retumbando en sus tímpanos, meneaba suavemente la cabeza de un lado
a otro con la marcha del coche. De cuando en cuando, la nuez ascendía
bajo la piel de su cuello en un movimiento lento y pausado antes de
volver a descender a su posición natural.
No
podía dar marcha atrás.
Por
ellos.
Por
ella.
Apartó
un mechón de cabello color miel que le estorbaba. Sus ojos del color
azul del cielo se concentraron en la pista, aquella senda oscura que
les llevaba a ninguna parte y a un lugar al que no quería regresar,
pero del que no podía escapar.
De
su propio pasado.
Algunas
gotas de lluvia se estrellaron repentinamente contra el parabrisas.
Se le antojó irónico: parecía como si el cielo también llorara.
No
dejaba de mirar por el espejo retrovisor con miedo. Sí, miedo. Era
auténtico pavor lo que le atenazaba el corazón.
Terror…
de que se materializara de la nada, de que la reclamara como suya, de
que la atrapara entre sus tentáculos y la volviera a arrastrar al
abismo del que trataba de escapar reptando penosamente.
Un
nuevo vistazo a sus hijos. Los dos jóvenes dormían plácidamente el
sueño de los justos. Aunque, en su caso, lo que dormían era el
sueño de la tranquilidad de haber dejado a sus espaldas el horror.
El
horror…
El
chico se estremeció un instante, agitándose en sueños, provocando
un mar de cabellos dorados agitándose bajo la diadema de los
auriculares. La cabeza que reposaba sobre su hombro, la de la chica,
se irguió de golpe, parpadeando un par de veces sin que sus ojos
lograran enfocar nada en absoluto. Al cabo de un instante, la joven
se giró en el sentido contrario, dejando a su hermano a sus
espaldas, encogiéndose hasta adoptar una posición fetal en la que
se volvió a entregar a los brazos de Morfeo.
Los
ojos celestes de la madre no se apartaron del joven. Una mano repleta
de dedos largos abanicó el aire, como si espantase unas moscas
invisibles, mientras sus labios se separaban de manera casi
imperceptible, llenando de susurros el aire durante unos breves
instantes.
Un
rayo iluminó el cielo nocturno. La oscuridad se disolvió como una
mancha al contacto con el agua. Las nubes adquirieron una tonalidad
rojiza, como de fuego, como si un mar de llamas lamiera el aire y
ascendiera desde los infiernos a los cielos.
Eso
es lo que estaba dejando atrás: el infierno.
Recordaba
los golpes, las miradas, los silencios. Sí, aquello era lo peor de
todo: el silencio, aquella pared invisible que se expandía en todas
direcciones como un torso tomando aliento, reteniendo la bocanada de
aire en su interior, pero sin soltarla, sin que su contorno se
redujera.
Una
barrera que se mantenía así antes de volver a crecer una y otra
vez, que iba sembrando el miedo allá por donde iba, que la
eclipsaba, que la obligaba a ser como no quería ser, que la anulaba
a ella y a sus hijos,…
No.
Ya no. Aquello se acabó. Para siempre.
Había
sopesado todas las opciones. Había calculado todas las
posibilidades. Y no le quedaba nada por hacer ya. Había estado
ahorrando todo lo que había podido a lo largo de muchos meses,
llegando a crear una cuenta secreta a sus espaldas donde había ido
vertiendo moneda a moneda, pacientemente, el esfuerzo por cambiar de
una vida a otra.
Ya
sólo quedaban dos últimos pasos.
No
podía regresar a casa de sus padres. Sería el primer lugar en el
que se fijaría y al que se dirigiría para buscarles.
También
contaba con ello.
Y
ya lo tenía todo preparado.
El
siguiente paso sería continuar con su huida a ninguna parte. Aún
no tenía muy decidido hacia dónde dirigirse, pero sí que tenía
seguro que tenía que ser lejos de él, en algún lugar que pudiera
ser remoto e inaccesible en el que no se sintiera cómodo, al que no
quisiera acercarse ni en pintura.
Miró
las indicaciones. Buscó la salida a Villanueva del Ariscal. Tenía
que cruzar todo el pueblo en dirección a Olivares. Era tarde, pero
sabía que sus padres no se habían acostado aún.
Esperaban
su llamada.
La
última llamada.
Su
pulgar se deslizó a ciegas sobre la pantalla de su móvil. Activó
la llamada. En pantalla se apareció una fotografía. No le hacía
falta mirar cuál era la imagen, la conocía perfectamente.
Eran
sus padres el día de sus bodas de oro.
Puso
el manos libres. Sonaron los tonos en el aire.
Un
tono.
Dos
tonos.
Descolgaron.
−¿Sí?
–preguntó una cascada voz en tono ansioso.
−Papá,
soy yo –dijo ella, en tono no menos ansioso, de una profunda
emoción que la invadía. Sintió un nudo que le apretaba−. Ya
estoy llegando.
La
carretera se le antojó aún más oscura y angosta de lo que ya le
parecía.
© Copyright 2016 Javier LOBO. Todos los derechos reservados.
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Promete. Está muy conseguida la descripción de la incertidumbre que desata la situación de los tres personajes y el ambiente. ¿Vas a ir publicando por aquí? Si no, te leeré en Wattpad...
ResponderEliminarUn abrazo
Me he quedado intrigada...
ResponderEliminarSin lugar a dudas es un buen comienzo; la atmósfera está muy conseguida y el estilo literario muy cuidado. Si continuas con pulso firme los siguientes capítulos, el lector quedará atrapado en la historia sin posibilidades de escapar.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho Javier. Un primer capítulo que promete, sin duda. Me gustaría matizarte una cosa por eso, y es el tamaño de la letra. A lo mejor es que soy carne de gafas y aún no me he dado cuenta, jeje, pero para un texto largo la veo demasiado pequeña. Creo que si la agrandaras un poco, sería mejor. Un abrazo! ; )
ResponderEliminarMuy buena. Muy buena. Excelentes descripciones. Seguiré leyendo la segunda parte.
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