martes, 25 de octubre de 2016

SEGUNDO CAPÍTULO DE MI NOVELA POR ENTREGAS MÁS ALLÁ DEL HORROR DE LA NOCHE


LA CHICA EN EL PUENTE

La chica miró la oscura profundidad que se extendía ante ella.
Impenetrable.
Eterna.
Tétrica.
No podía más. Había jugado con fuego y se había quemado. Las puertas estaban abiertas, y ahora no era capaz de cerrarlas.
Tenía miedo, mucho miedo.
Pero no de la muerte.
Tenía miedo a seguir viva y de que aquello la encontrara, que la atrapara como la araña a una mosca en su tela, absorbiéndola en la espiral de horror y miedo que desataba a su paso.

 Todo había comenzado como un juego, como otras tantas veces antes. Un grupo que se reunía una noche de viernes para comer y fumar algo de hierba, y terminar con el juego de la tabla como un divertimento más de noche de arranque de fin de semana.
Claro que ella sabía perfectamente que no era así.
Había tenido sueños. Había tenido experiencias. Tenía la sensibilidad, y lo sabía. Se informó con cuanto material pudo, investigando en foros, poniéndose en contacto con gente que había tenido experiencias en el mismísimo límite.
Todo la encaminó hacia el mismo sitio.
No se debe tomar a la ligera.
Ella siempre procuraba no tomarse nada a la ligera, pero aquello mucho menos. Y se aseguraba de advertirlo desde el mismo comienzo de las sesiones: no romper, bajo ningún concepto, el círculo.
El círculo debe permanecer siempre cerrado.
Pero aquella noche no.
Como siempre, tiene que haber algún imbécil siempre que quiere hacerse el alma del grupo, el gracioso de la noche, y con ciertas cosas no se debe bromear.
Jamás.
Aquel idiota había roto el círculo. Levantó las manos en alto y bromeó con una frase manida y estúpida como “manos arriba, esto es un atraco”, con esa grandísima sonrisa dibujada en los labios.
Imbécil…
De inmediato se le demudó la expresión del rostro. Algo pasaba. Y aquel frío… sobrenatural, impropio de la estación. Casi impío. Para ella era maldito. El ambiente se cargó, viciándose el aire de manera repugnante en apenas un instante, como si un gigante de aliento fétido estuviera a su lado, jadeando y dejando su hediondo rastro en la estancia.
 Entonces sobrevino el grito.


Aquella chica gritó y gritó, con el rostro desencajado de terror y los ojos tintados de blanco, como si estuviera viendo un horror que nadie más pudiera contemplar y que la impresión le hubiera arrebatado todo rastro de color de la piel. Ella no había soltado las manos de sus compañeros, y las risas se tornaron en gritos de horror ante la terrible visión del rostro de la chica, contraído y deformado por la emoción que la embargaba.
¿Qué era lo que la aterraba de aquella manera?
No podía decirlo. No lo sabía. No lo veía, pero estaba allí. Podía sentirlo de una manera casi tangible.
Allí había algo.
Los acontecimientos se precipitaron a una velocidad endiablada. Sí, aquel era el término adecuado. Todo aquello era verdaderamente infernal.
Las luces comenzaron a parpadear de manera intermitente. Primero despacio, pero fueron ganando velocidad en su secuencia en apenas unos pocos segundos, hasta que algunas de ellas estallaron en un manto de chispas que se apagaron muy lentamente mientras eran engullidas por las sombras que se iban desarrollando en la estancia.
Las paredes crujieron, como si la estructura estuviera siendo apretada con una fuerza descomunal, una mano monstruosa que estuviera midiendo la resistencia de los tabiques.
No, de las paredes no.
Estaba midiendo sus propias almas, sopesándolas como mercancía en la lonja.
Al punto, se sucedieron los susurros. Al principio las voces se escuchaban muy lejanas, como si estuvieran en la otra punta del mundo, apenas un bisbiseo difícilmente inteligible, al que no tardaron mucho en seguirle las risas demoníacas y los llantos y los gritos más agudos que una mente humana cuerda pudiera imaginar.
Pero aquello no era humano.
No, ni siquiera era vivo.
Desde entonces había corrido. Desde entonces se habían sucedido los horrores. Los sucesos inexplicables de los que nadie quería hablar en voz alta, pero a los que buscaban una explicación lógica para poder entenderlos, para no tener miedo a creer en lo que realmente había sucedido, para no tener que reconocer que tenían que reconocer la existencia de lo imposible.
Ya no eran supersticiones para engañar a los tontos y a los catetos. Aquello era absolutamente real.
El Horror tenía forma, y cuerpo, y olor, y tacto.
Y voz. Lo peor era su voz.
Ya no podía más. Aquella noche iba a terminarse todo. Se iba a dar la paz que siempre quiso, la que le había sido arrebatada por la estúpida broma de un idiota que no había tenido ni dos dedos de frente.
Con mano firme, se alzó sobre el pretil del puente.
Al fondo podía escuchar el chapoteo de la corriente contra los pilares del puente, pero no podía ver el agua moverse. Sólo la negrura de la oscura noche.
Negra, como boca de lobo.
Negra, como la mismísima boca del infierno.
Un rugido aterrador cruzó la noche. Alguna bestia de apariencia desconocida acechaba en la oscuridad, pero nadie sabía dónde ni qué forma tenía.

El viento le acarició los cabellos con mano helada y se filtró por entre sus ropas, desliando un gélido dedo por su espina dorsal, despertando un escalofrío dormido que la estremeció por completo.
Casi le pareció escuchar una voz a sus espaldas, no más alta que un susurro, pero tan imponente como un grito de guerra.
¿De verdad vas a saltar?
Los invisibles e intangibles dedos se curvaron sobre sus hombros en tanto que la ráfaga de viento aumentaba su intensidad.
No necesitaba ayuda para hacer lo que tenía que hacer.
Cerró los ojos.
Se dejó caer hacia adelante.
En el último instante, justo antes de que las punteras de sus zapatos terminaran de despegarse de la oxidada barandilla, sus pantorrillas se tensaron, dibujándose con fuerza los músculos gemelos bajo la erizada piel, propulsándola a las tinieblas con más fuerza, en un intento por escapar de la aterradora sensación que le producía el tacto de aquellos dedos sobre su dermis, tratando de dejar atrás aquel horror que, a causa de un estúpido juego, se había desencadenado y cernido sobre sus vidas como un buitre sobre la carroña.
 Se hundió en la oscuridad.
Sintió tanta paz…

© Copyright 2016 Javier LOBO. Todos los derechos reservados.

2 comentarios:

  1. Intrigante, esto va tomando forma. ¿Están relacionadas ambas historias? Creo que sí. A ver como continua, Javier, quiero saber más. Un abrazo! ; )

    ResponderEliminar
  2. Pues muy bueno. Espero el siguiente capítulo. Me da de todo. Pura intriga.

    ResponderEliminar